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Una visión pedagógica a través de la quietud

Florcita Gonzalez de Rejis, Paraguay


Nuestra humanidad, ha estado transitando su día a día a través de la premura, perdiéndose de los detalles importantes e irremplazables de la cotidianidad.


Cada uno de nosotros tiene la habilidad innata de poder ver, observar, disfrutar, agradecer, crear y desarrollar hábitos saludables que impactan en el bienestar de nuestra mente y espíritu.


Somos cocreadores de nuestra calidad de vida, nacemos con este don, sin embargo, lo tenemos dormido e ignorado.


El maestro, tiene un rol protagónico dentro del aula, ya que, a través de su labor diaria, tiene la oportunidad de compartir su práctica espiritual. El aula contemplativa crea espacios de aprendizaje desde el silencio, la quietud y la calma, impactando no sólo en el desarrollo personal de sus alumnos, sino también en el desarrollo cognitivo, que a su vez se refleja en el proceso académico de cada uno de ellos.

El proceso de aprendizaje necesita calma, silencio y quietud, para procesar, elaborar y conectar antiguos saberes con los nuevos que el maestro comparte en clase, transformándolos en aprendizajes significativos y llevándolos a la memoria de largo plazo.


Sin calma, es muy difícil que podamos crear oportunidades para trabajar conscientemente las capacidades que se convierten en habilidades, las cuales son los peldaños que ayudan a alcanzar las competencias académicas diseñadas por el maestro. Por esta razón, la presencia de un maestro contemplativo, capaz de comprender la importancia de la práctica de silencio en el día a día de sus alumnos, es realmente, vital. Desde la quietud, sentimos bienestar, desde la calma, prestamos atención, escuchamos, procesamos, comprendemos, desarrollamos hábitos, desde el silencio y la simplicidad, hacemos conexiones encontrando significado en nuestro hacer.


Paulo Coelho, en su libro El Peregrino, dice, “Cambiando la forma de hacer las cosas rutinarias, permites que un nuevo ser crezca dentro de ti”. Creo que es así mismo, al convencer a nuestro corazón de la importancia de crear momentos de pausa, dar lugar al silencio, a la quietud, creamos un nuevo ser con una perspectiva gentil, afable, creativa, grata a cada oportunidad de aprendizaje que se presenta, desarrollando la habilidad de observar detalles subyacentes a lo evidente, una nueva manera de mirar la cotidianidad. Con tanto ruido que nos rodea, la quietud, ya no es una alternativa para una buena práctica docente, es una necesidad primaria para poder compartir con nuestros alumnos desde la sabiduría del alma que abre sus puertas cuando la calma nos acompaña.


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