“¿Qué es la vida? Es el destello del fuego en la noche. Es el
aliento de un búfalo en el invierno. Es la pequeña sombra
que corre por el pasto y se pierde al atardecer”
- Pies de Cuervo, guerrero Pie Negro y orador
Uno de los mayores teólogos del siglo XX, Abraham Joshua Heschel, dijo: “La humanidad
no perecerá por deseo de información sino por deseo de aprecio. El principio de nuestra
felicidad está en comprender que la vida sin asombro no es digna de vivirse”.
La experiencia de asombro y maravilla ha tocado, de alguna manera, casi toda vida
humana. La gente, a través de los tiempos, lo ha expresado en la literatura, la escritura, el
arte y la música. Es la respuesta humana característica a cualquier cantidad de grandes
realidades, desde la belleza y la violencia del mundo natural, a las tremendas hazañas del
cuerpo y la mente, y a nuestra comprensión de los encuentros con “lo divino”. El asombro
y la maravilla expresan nuestro anhelo y nuestra incertidumbre, nuestra fascinación y
nuestro terror. Señalan lo trascendente y los límites del ser humano.
La experiencia de asombro y admiración también nos conduce a la experiencia de la
gracia. Permanecemos empequeñecidos en la inmensidad del asombro, engullidos,
aunque de algún modo sostenidos en él. La maravilla y el asombro son la piedra
fundamental de toda experiencia espiritual, la sagrada base común que sustenta a todas
las tradiciones religiosas.
G.K. Chesterton nos recuerda cómo la conciencia de un niño puede mostrarnos mucho –
quizás todo – sobre la mente de Dios:
Porque los niños tienen vitalidad abundante, porque son intensos y
libres de espíritu, desean las cosas repetidas y sin cambio. Siempre dicen
“Hazlo de nuevo”, y la persona adulta lo hace de nuevo hasta extenuarse.
Porque los adultos no son suficientemente fuertes para exultar en la
monotonía. Pero tal vez Dios es suficientemente fuerte para exultar en la
monotonía. Es posible que Dios diga cada mañana “Hazlo de nuevo”, al
sol, y cada anochecer “Hazlo de nuevo” a la luna. Puede que no sea una
necesidad automática la que hace parecidas a todas las margaritas;
puede ser que Dios haga separadamente a cada margarita, pero que
nunca se canse de hacerlas.
Hasta aquí necesitamos tratar a la meditación cristiana como una práctica, no como una
técnica. Necesitamos alentar a los niños y las niñas a meditar todos los días y regocijarse
en el hecho de ser esto “siempre antiguo, siempre nuevo”. San Agustín prosigue diciendo
“Tú me tocaste, y yo ardí en tu paz”.
Creemos que es esta profunda paz de oración pura la que da a los niños una incalculable
estabilidad en medio de un mundo preocupado y turbulento.
MEDITACIÓN Y EDUCACIÓN El don de la simplicidad Charles y Patricia Posnett
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