“Cualquier maldito tonto puede hacer algo complejo; se
necesita un genio para hacer algo simple”
- Pete Seeger
La meditación cristiana con niños ofrece un retorno a la inocencia original. No solo nutre
la habilidad de la gente joven para conservar un sentido de lo maravilloso en sus vidas,
sino que alienta a docentes y a padres a hacer lo mismo.
Antes que nosotros, como adultos, somos capaces de incorporarnos a este trabajo,
tenemos mucho que soltar sobre nuestra convicción de tener la clave de todo el
conocimiento y la experiencia humana. No es cuestión de enseñarles nada, sino más bien
de aprender de su propia simplicidad.
Al crecer, nos apartamos en forma creciente de la simplicidad, ya que compramos una
cultura materialista que nos ofrece el poder, el control y la predictibilidad que ansiamos
para nuestras vidas. Como adultos, estamos con frecuencia más preocupados sobre cómo
estamos haciendo que sobre qué estamos haciendo. Es siempre demasiado fácil ser
atrapados en analizar o en tratar de “mejorar” nuestra meditación, más que en
practicarla. Para los niños y las niñas es más directo. Están felices de sentarse juntos en
silencio., soltar sus pensamientos y simplemente disfrutar la experiencia de meditar. Esto
es lo que podemos aprender de los niños. No que la meditación en sí sea fácil – cualquiera
que la haya probado alguna vez puede atestiguarlo. Pero es simple, y no necesitamos leer
muchos libros o tomar un curso universitario para hacerla. Mediante su práctica, los niños
están marcando el camino en nuestras escuelas, mostrando cómo la meditación cristiana
puede cambiar no solo sus propias vidas sino también las vidas de quienes los rodean.
Los niños meditan juntos tan naturalmente como respiran. Disfrutan la simple disciplina
con su simple estructura. Les gusta participar de las actividades familiares asociadas con
cada sesión de meditación: cantar una canción inicial, golpear el gong para indicar el
comienzo y el final del silencio y cantar una bendición para concluir. La simple rutina trae
consigo una paz y calma en un día por el contrario ocupado y ruidoso, y los niños son los
primeros en apreciar la ventaja de tomarse el tiempo. Se ha vuelto claro que muchos
niños valoran instintivamente esta pura “oración del corazón”. Algunos han avanzado,
sugiriendo a sus maestros que podrían beneficiarse con más tiempo dedicado a la
meditación cristiana, mientras otros han estado ansiosos para llevarla a casa para
compartirla con sus padres y hermanos.
Creemos que los niños y las niñas son espíritus libres. Aman el sonido de la risa plena y
sentir la arena bajo sus pies descalzos. Aman el movimiento y los colores vibrantes.
Sienten el impulso de pintar sobre una tela vacía.
Tienen una imaginación sin límites. Comprenden y sienten naturalmente el mundo que los
rodea. Imaginan instintivamente que son todo lo que desean ser.
Por esto, podemos decir con confianza que no es nada difícil la meditación cristiana con
los niños. Ellos la disfrutan y con frecuencia pueden enseñarnos el camino.
MEDITACIÓN Y EDUCACIÓN
El don de la simplicidad
Charles y Patricia Posnett
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