“Un niño que no juega no es un niño, pero un hombre que no juega ha
perdido para siempre al niño que vivía en él”. - Pablo Neruda
El juego es la más importante actividad en la vida de los niños y las niñas. A veces parece
más importante que comer y dormir. Por momentos el juego es fácil y divertido. Otras
veces el juego puede también tratar con esfuerzo de hacer algo bien. El juego ayuda a los
niños y las niñas a crecer y a cambiar en cinco modos principales: espiritual, física, mental,
social y emocionalmente.
Prestamos mucha atención al desarrollo físico de niños y niñas. Les ayudamos a
desarrollar fortaleza de la cabeza a los pies, pero con frecuencia descuidamos el desarrollo
espiritual. Cuando nace una criatura, él o ella vienen con un cerebro preparado y
dispuesto para aprender. Las primeras experiencias influyen mucho en la forma en que se
desarrollan. Cualquiera que trabaje con niños tiene una considerable responsabilidad por
su futuro. Haríamos bien en recordar que las actividades que compartimos con ellos desde
el nacimiento hasta la adolescencia, determinarán cómo se desarrollan sus pautas de
aprendizaje.
Socialmente, los niños y las niñas desarrollan un sentido de sí mismos y un sentido de
pertenencia a una familia. Comienzan a observar a otros niños y a desear interactuar con
ellos. El juego infantil se desarrolla por estadios (jugar solos, jugar cerca de otros pero no
con ellos, jugar con otros pero no compartiendo, jugar compartiendo, jugar con un
propósito, jugar organizadamente). Estos estadios se desarrollan a través del tiempo y con
la práctica. Más tarde, los niños desarrollan la habilidad de respetar los derechos de otros
y de sentir empatía por ellos.
La meditación cristiana combina muchos de los aspectos del juego en el aula. Alentamos a
los niños y las niñas a tomar un rol activo en preparar los almohadones o las sillas, la mesa
central, la vela, la campanilla o el gong. De esta manera se vuelven parte del proceso. Lo
que comienza como juego pronto se vuelve oración. Así, la acción conduce a la plegaria.
Mediante la profunda oración de silencio desarrollan confianza en ellos mismos y
aprenden a amar a otros y a sí mismos. Así, la oración conduce a la acción.
El juego – un inocente y alegre encuentro con las cosas y seres del mundo – es el
comienzo de todas las relaciones y de todo el aprendizaje. Comienza como juego porque
no tiene un fin a la vista; ningún objetivo sino el de estar en relación con otros, y con el
otro. El corazón del juego es el simple compartir del deleite.
En esto es idéntico a la meditación, que transforma el trabajo de la oración en un gozoso
juego de ser y de ser con.
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