Por Patricia Pastor Ciotti , psicóloga clínica y terapeuta familiar.
El primer paso es comprender que la adolescencia es una etapa particular en el desarrollo psicoevolutivo de todo ser humano. Tu adolescente se encuentra con cambios y desafíos propios de esa etapa, a los que no puede dejar de hacer frente.
· El primer cambio que debe asumir es el del propio del cuerpo. Dejar ese cuerpo de niño y empezar a vivir en un cuerpo que empieza a cambiar de una forma imparable.
· También debe replantearse nuevos intereses, aparecen nuevas figuras o modelos que llaman su atención (entre su grupo de pares, ídolos artísticos o deportivos) y que muchas veces conlleva el replantearse las creencias aprendidas de pequeños, “la visión de mundo”.
· En esta etapa el joven debe construir/definir su identidad personal: quién es, qué le gusta, qué carrera profesional es la adecuada, tipo de pareja. También debe buscar con quiénes se identifica, a qué grupo pertenece, cuál es su lugar, de qué forma parte.
Todos estos cambios y desafíos son fuente de tanto de angustia como de inseguridad. Las cuales se irán manifestando en los conflictos que presenta el adolescente y en sus intensos cambios de humor.
¿Cómo acompañar en este periodo tan importante y particular de la vida de tu hijo?
Coherencia. Ser coherentes y vivir primero nosotros lo que pretendemos que ellos sean o hagan. No podemos enseñar lo que no vivimos, lo que no tenemos incorporado. Para educarlos debo “educarme” yo primero y ocuparme de desarrollar aquel valor o actitud que quiero proyectar en mis hijos.
Pasar tiempo con ellos, conocer a sus amigos, sus actividades, saber qué ve/lee en internet y con quién se relaciona. Esto permite que los padres puedan detectar cualquier cambio en el comportamiento de sus hijos cuando se presente algún problema.
Relacionarse con ellos desde sus intereses, no desde lo que yo como padre creo que le debería o le podría gustar.
Ponerse de acuerdo entre ambos padres sobre lo esencial que el adolescente deba cumplir. Las reglas deben ser establecidas y comunicadas por ambos padres, como también las consecuencias hacia el incumplimiento de estas.
Conservar la calma ante las crisis y no tomarse personalmente los malos comportamientos, cuando el hijo comete algún error no es algo que “le hace” a sus padres.
Pedir ayuda cuando existan situaciones que no pueden ser resueltas en la familia.
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